“El año que cumplí los doce años fue muy difícil. Mi abuelo murió, y a los pocos meses mis papás se divorciaron. El siguiente año, el huracán Mitch destruyó nuestro pueblo, y mi madre perdió su empleo”.
¿Cómo encuentra su lugar en la ciudad un niño de campo?
“Recuerdo cuando mi maestra me hizo una pregunta sencilla en inglés:‘¿Eres feliz?’ Miré a mis compañeros, porque no tenía ni idea de lo que había dicho”.
“Después de la muerte de mi padre, alquilé un cuarto, por cincuenta quetzales al mes. Mi hermana me dio una cama y un armario; aparte de eso, estaba básicamente solo”.
“La gente le decía a mi padre: ‘Casi solo tuvo hijas; qué pena’. Y mi padre contestaba: ‘¿Y por qué? Las mujeres pueden lograr las mismas cosas que los hombres’”.
¿Y si tuvieras que luchar contra una cultura de ignorancia?
“Todos decían que, por ser la hermana mayor, tenía que empezar a trabajar, porque no éramos lo suficientemente ricos como para perder tiempo en el colegio”.
“Un año, pasé cinco meses en el hospital… Mis maestros llegaban a darme clases privadas, y mis compañeros me llevaban útiles y tarjetas para animarme”.
“Después que murió mi padre, tuve que asumir varias responsabilidades, como presupuestar los gastos de mi casa, para asegurarme de que nos alcanzaría para comprar la comida de la semana”.
“En época de lluvia, el río que teníamos que cruzar para llegar al colegio crecía más de cuatro metros. Recuerdo un año de mucha lluvia en el que mi hermana, mi primo y yo faltamos varios meses a clases, porque era imposible atravesarlo”.
¿Cómo cambiar la vida de una persona en este momento?
“Mi mamá era una de once hijos, nacidos de una madre soltera. Entre ellos había un sistema establecido: cada uno de los mayores era responsable de los gastos de uno de los menores; le costeaban su comida y le compraban sus zapatos”.
“El problema en mi municipio era que, si te graduabas de la escuela secundaria, a lo más que podías aspirar era a trabajar como un pequeño agricultor o a la oportunidad de ser dueño de una pequeña tienda”.